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Siembra
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La idea de este texto, sin embargo, no es agitar fantasmas ni asustar a los lectores con los resultados apocalípticos de este tipo de intervenciones, sino compartir información, formas de pensar un problema y resultados de experiencias que permitan tener una visión global del tema, para luego sí pensar en su aplicabilidad, evaluando sus ventajas y desventajas. Para mayor claridad vamos a diferenciar estas intervenciones en dos grandes casos: 1) La siembra como herramienta de manejo de pesquerías establecidas de una especie, y 2) la introducción de una especie nueva en una cuenca en la que nunca estuvo.
Caso 1. Siembra como herramienta de manejo de pesquerías establecidas de una especie. La siembra de ejemplares de una especie (exótica o autóctona) que ya existe en una cuenca es una herramienta de manejo de las pesquerías, que al igual que otras, como los límites de tallas, los cupos de caña o las vedas parciales y totales, solo debería utilizarse cuando la realidad ambiental y biológica del sitio muestra que esa medida puede ser aplicada y ser efectiva. Parece una obviedad pero no lo es. Primero hay que “corporizar” el problema, enunciarlo y luego tratar de entender porqué pasa eso, luego de lo cual recién se puede pensar en soluciones. Este capítulo parte de la base que existe una solución para un problema y otra para otro, o sea, no hay una sola herramienta para múltiples problemas, como si fuera una navaja suiza que sirve para todo. Si el ambiente tiene peces chicos porque hay mucha extracción, por ejemplo, la siembra no resuelve nada porque el problema no es la reproducción o natalidad, sino la mortalidad. O también, la gran predominancia de peces chicos puede indicar una situación de sobrepoblación, para la cual, la siembra es la peor de las intervenciones, porque profundiza el problema.
Es normal que los administradores de un recurso efectúen siembras a causa de la presión de los usuarios para que se “haga algo” para revertir una situación que a veces es más una percepción o creencia que un hecho real. Dado que “hay pocos peces”, entonces hay que sembrar, porque de esta manera se podrá volver a un punto del pasado que irremediablemente siempre fue mejor. Pero vale preguntarse, mientras se observa el río con aire de preocupación: ¿Hay menos peces o hay más pescadores? ¿O pasan ambas cosas a la vez? Ese desarrollo urbanístico, con sus muelles y vertido de contaminantes, esos cambios en los usos de la tierra de la cuenca… ¿no tendrán algo que ver?
En principio, si uno encuentra “menos peces que antes” de una especie cabe preguntarse por qué pasa esto, ya que hay varias causas posibles. Puede suceder que:
- Haya habido sobrepesca. Se han extraído muchos peces, lo que hace que sea difícil encontrarlos, pero los que hay “alcanzan” para un nivel de reproducción adecuado.
- Puede ser que la falta de peces adultos sea tan grave que no quedan suficientes para producir descendencia que recupere los números originales.
- Se hayan dado cambios en el ambiente que lo hicieron menos adecuado para que esa especie prospere (aquí entran desde cambio climático hasta contaminación dada por cambios en los usos de la tierra o por actividades en la cuenca, que modifican características tales como los rangos de temperatura, oxígeno disuelto, turbidez, etc., que pueden tolerar los peces). Asociado a esto puede haber escasez de alimento, que aumenta la mortalidad natural en las comunidades ícticas y afecta el crecimiento individual.
En todo caso, se debe determinar la causa de la disminución, porque si esta no se elimina o al menos se reduce, en poco tiempo se volverá al punto de inicio. Si la temperatura del agua está por encima del rango óptimo para el desarrollo de una especie, la siembra no resolverá el tema, porque los peces morirán o tendrán problemas en la reproducción o el crecimiento. Si el problema es la falta de alimento, agregar más bocas al ambiente agrava más de lo que resuelve. Si el problema es el exceso de capturas, la siembra, (en este caso de peces de cierto tamaño) será solo un paliativo temporal hasta que los peces sean de nuevo pescados, salvo que se defina que así se manejará esa pesquería en particular (es el caso de las pesquerías del tipo “put and take” o de cotos de pesca como los ingleses, en los que uno siembra los peces grandes que se capturarán esa temporada y no se plantea el autosostenimiento de ese stock (población). Ahora si no hay suficientes adultos para una reproducción razonable la siembra de huevos embrionados o juveniles puede ser un camino para la recuperación esperando que esos pececitos crezcan y sean capaces de reproducirse.
Entonces, al considerar una siembra queda claro que es importante tener en cuenta si el problema detectado se resuelve sembrando.
Pero ahí no termina la cosa, porque hay que pensar también en una serie de problemas que pueden presentarse:
1) Se corre el riesgo de que se pierda o modifique la variabilidad genética original de la población, es decir cambiar la diversidad que está presente en las diferentes variantes de genes que portan sus individuos, ya que al introducir ejemplares criados en cautiverio, o capturados de otros ambientes (traslocaciones) no necesariamente se representa la variabilidad genética original de la población sobre la que se quiere intervenir. Por este motivo se recomienda la siembra de ejemplares del mismo sitio, teniendo en cuenta que la situación es particularmente compleja en especies como el dorado, que se distribuye en grandes cuencas con una diversidad de ambientes muy grandes, o el puyen, que en un espacio geográfico chico también pueden existir poblaciones en situaciones ambientales muy distintas entre lagunas. En casos donde no fuera posible usar reproductores provenientes de las poblaciones que se buscan recuperar, es necesario estudiar la variabilidad genética de la población de origen y luego se comprueba que los ejemplares utilizados para reproducción en cautiverio representen adecuadamente la variabilidad genética de la misma y sus respectivas proporciones. Como se observará esto requiere de tecnología y conocimientos de genética de poblaciones muy avanzados por lo que no son actividades que se puedan llevar adelante fácilmente. Por esto, el tema de las traslocaciones (llevar peces de un sitio a otro) es especialmente grave, aunque entre los pescadores se asume que es una práctica que “renueva la sangre” o que “permite llevar a los peces mejor adaptados”. Cada ambiente tiene condiciones ecológicas particulares y los organismos que viven en los mismos podrían estar adaptados a esas condiciones. Esto mismo ocurre cuando se llevan peces de criadero, que fueron seleccionados por ciertas características como alto crecimiento, o madurez sexual retardada, que no siempre son ventajosas en los ambientes naturales y que además presentan baja variabilidad genética ya que esos procesos de selección se realizan con cruzas altamente endogámicas.
2) Cuando no es posible sembrar vía la reproducción de ejemplares del mismo sitio y siembran ejemplares provenientes de ambientes diferentes se pueden mezclar especies distintas pero que son muy parecidas externamente y que no pueden ser fácilmente separadas a simple vista (llamadas especies crípticas). Eso puede generar extinciones por hibridación (cruza de especies distintas que resulta en algo distinto a esas dos iniciales, un híbrido que puede o no ser fértil) lo cual puede ser un problema a considerar dependiendo del conocimiento que se tenga de cada sitio y las especies que lo habitan en particular.
3) Se corre el riesgo de introducir enfermedades y parásitos que nunca estuvieron presentes en un ambiente pero si existen en los criaderos o los lugares de origen de los peces sembrados, cuando provienen de otros lados.
Para estudiar las causas de una situación en particular, se cuenta con metodologías que en muchos casos no son costosas ni requieren años de trabajo. Habrá que elegir las variables e indicadores adecuados, que van desde el monitoreo de abundancias relativas o tallas medias, hasta el estado de bienestar de los peces y su comportamiento reproductivo y velocidad de crecimiento. Solo después de definir las causas de una situación, las agencias oficiales estarían en posición de actuar, ponderando siempre las ventajas y riesgos de la intervención evaluada, los aspectos relacionados con la conservación de los ecosistemas y de la biota nativa y también los costos asociados a esa intervención. Es preciso comentar que la siembra es una de varias posibilidades, aunque sea muchas veces la que se considera como primera opción. Para que esta forma de pensar un problema y sus posibles soluciones también sea considerada por los usuarios de los recursos (los pescadores y sus asociaciones principalmente), debería darse un arduo trabajo de interacción entre actores, previo a la toma de decisiones.
Caso 2. La introducción de una especie nueva
Al margen de lo expresado más arriba, hay un caso particular de siembra que es el más peligroso en varios sentidos. Hablamos de la introducción de una especie que no está presente en una cuenca. Esa especie puede ser exótica (especie que no es originaria del país como es el caso de las salmónidos, tilapias o carpas, por ejemplo), o puede tratarse de una especie autóctona, pero que habita en otras cuencas o regiones, como los limpiafondos, el pejerrey bonaerense, provenientes de la cuenca del Plata e introducidos en la Patagonia o una especie críptica de las que hablamos anteriormente.
Para comprender el grado de impacto que pueden generar estas introducciones debemos primeramente entender que cada ecosistema es el producto de complejos procesos que llevan evolucionando en algunos casos varios millones de años, y que es la dinámica propia que poseen estos ecosistemas la que permite que tengamos en cada uno de ellos formas particulares de vida que muchas veces son exclusivas y únicas, llamadas endemismos. Por eso, al introducir una especie que no es originaria, el ecosistema puede verse afectado por su presencia generando efectos tales como la diseminación de parásitos o enfermedades inexistentes previamente. Además, las especies introducidas pueden competir por el alimento que consumen las especies autóctonas, siendo también probable que sean depredadores extremadamente eficaces (depredación es un término biológico que significa comerse a otro, no debe ser tomado como una palabra que implica un juicio de valor negativo, como a veces se usa entre pescadores o cazadores). Eso puede deberse por ejemplo, a que en muchas oportunidades se dan casos de coevolución entre los depredadores y sus presas en sus ecosistemas originales, lo que significa que las presas van adquiriendo características antipredatorias, que pueden resultar ineficaces contra una especie nueva o exótica. Y sumado a esto tenemos en hecho que los nuevos inquilinos podrían no tener depredadores naturales en estos ambientes. Por lo tanto, la inclusión de organismos foráneos en un ecosistema generará una perturbación sobre el sistema, afectando a las especies nativas, que puede ser imperceptible en términos ecológicos o que puede reflejarse en una disminución numérica o incluso la extinción de algunas de ellas. Y estas perturbaciones no se restringen a las interacciones entre peces: los exóticos pueden impactar sobre la dinámica de los nutrientes (como los salmones muertos en grandes cantidades luego del desove), sobre las algas, sobre los insectos, etc. Por ejemplo, muchos tenemos en nuestras mentes las imágenes espectaculares de las carpas asiáticas saltando de a miles en los ríos de América del Norte, pero lo que pocos saben es que esos peces fueron introducidos allí voluntariamente con un objetivo determinado y que hoy son un gran problema ambiental que genera grandes gastos de dinero público y sin ninguna solución aparente en el corto plazo.
Antes de ahondar un poco más en los problemas que las especies exóticas generan hablemos de las motivaciones que existen o existieron para implantarlas. Las introducciones pueden ser voluntarias (intencionales) o involuntarias (accidentales). Entre las primeras, por ejemplo, tenemos la política de siembra de peces en cursos de agua por parte del Estado, cuyos ejemplos más conocidos son los salmónidos y los pejerreyes bonaerenses. Entre las segundas podemos citar los escapes de peces de cultivo, como las tilapias o los salmones del Pacífico. Un caso particular muy preocupante es el de los particulares que sin conocimiento y a veces hasta institucionalmente, por medio de asociaciones de pescadores, se dedican a introducir especies, actividad que además es ilegal ya que la siembra de organismos exóticos está prohibida por la Ley Nacional 24375/94 y también por varias leyes provinciales, sumado a que ningún particular puede atribuirse prerrogativas que son del Estado, como el manejo de fauna en casos como estos. Existen numerosos ejemplos de estas prácticas en diversos puntos del país como en los ríos cordobeses, del NOA, NEA y de la Patagonia, incluso en ambientes de gran fragilidad o de gran valor de conservación como las selvas yungueñas. También, siguiendo con la lista, podemos incluir a los encargados de parquizar y ambientar barrios privados que incluyen estanques con carpas siberianas, (sin importar la posibilidad de poner excelentes especies nativas en estos ambientes artificiales) o quienes se cansan de sus peces de acuario y los liberan en ambientes naturales. La lista es larga. Y el hecho se agrava cuando el Estado es el que los alienta o acompaña sin un adecuado plan de manejo de los ambientes acuáticos.
Estas introducciones suelen parecer adecuadas para la opinión pública, que desconoce las consecuencias que tienen estas prácticas. Muchos funcionarios por desconocimiento toman estas acciones como actos a favor de la Naturaleza y se sacan fotos para los medios sembrando especies exóticas paradójicamente en nombre de la conservación del ambiente natural. En general el problema radica en muchos casos que no se trata de mala voluntad, sino directamente de ignorancia. En algunos otros casos, el problema es directamente desidia, ya que frente a las observaciones del problema que pueden plantearles algunos investigadores y ONG´s, ante casos particulares insisten con estas conductas. En general, estas prácticas no tienen en cuenta que los intereses de un municipio por sembrar truchas, por ejemplo, o de un grupo de pescadores se contraponen con valores o intereses mayores como el de conservar el patrimonio natural de toda una sociedad en los lugares que se supone estos deban ser conservados. Por ejemplo en el arroyo Valcheta en la Meseta de Somuncurá, provincia de Rio Negro, donde vive una especie de mojarra muy particular, la mojarra desnuda, y que solo existe en ese lugar en el mundo, es impensable que se siembre una especie que la ponga en peligro, pero se hizo...
Como muchos de los temas de conservación, el problema radica en tres cuestiones. La primera es la falta de acceso a la información adecuada por parte de la sociedad en su conjunto sobre los potenciales impactos: si no sabemos que hay un problema a evaluar antes de tomar una decisión difícilmente podamos considerarlo. En segundo lugar tenemos la construcción de un discurso legitimador de estas prácticas que no tiene matices, de base histórico-cultural basada en el sentido común que es el menos confiable de todos los sentidos (el que nos indicó durante siglos que la Tierra era plana y que éramos el centro del universo por ejemplo, lo que nos lleva al primer problema, ya muchos no lo creemos más justamente gracias al acceso a la información). Este es un discurso difícil de erradicar porque se dan por ciertas y sentadas cosas que no se cuestionan porque hay una construcción histórica sobre como son o deben ser las cosas. En tercer lugar tenemos el lobby de los grupos de interés que está detrás de la siembra o el mantenimiento de estas especies, ya sea con fines comerciales, para fomentar el turismo, o como el caso de algunos clubes de pesca, una actividad.
Ahora sí, ahondando un poco sobre los efectos de estas prácticas podemos empezar diciendo que hay tres situaciones posibles posteriores a una introducción de una especie foránea en un ecosistema: a) que no sea exitosa y la especie finalmente se extinga, lo que puede deberse a que las condiciones ambientales son poco propicias para su reproducción o directamente los ejemplares se mueren porque no las toleran; b) que pueda mantener poblaciones estables sin ser muy abundante, como es el caso de los limpiafondos en el río Limay; o c) que colonice exitosamente los ambientes y se vuelva muy abundante, desplazando a especies nativas por competencia y/o depredación. El tercer caso es el peor escenario posible, donde la nueva especie puede colonizar y expandirse rápidamente sobre otros ambientes convirtiéndose en invasora. Dos casos paradigmáticos de esta situación son el de las carpas comunes y las truchas que generan grandes cambios en muchos de los ambientes donde han sido introducidas.
En resumen, las siembras e introducciones de especies en aguas continentales argentinas son un problemática a discutir, tal como están planteadas, ya que han impactado negativamente sobre la biota nativa, han modificado las condiciones ambientales, han sido vehículo de nuevos parásitos y enfermedades y no han producido en muchos casos, con excepción de la Patagonia, los resultados buscados por sus gestores (entendiendo como resultados buscados su efectiva aclimatación, que es lo que buscaban). Como contracara, en muchos países, como los Estados Unidos o Australia, el Estado invierte cada año cantidades enormes de dinero en tratar de controlar o erradicar especies exóticas ya que ahora son conscientes de los graves perjuicios que generan y que los eventuales beneficios nunca podrán costear el daño y el pasivo ambiental que generan. Es decir, la riqueza que puede producir la explotación de estos recursos a través de la pesca y el turismo, jamás alcanzaría para remediar el daño que provocan en el ambiente esas especies, si a este daño se le pusiera un valor en dinero (pasivo ambiental).
3. Puntos de encuentro
Como en todas las cuestiones de manejo o gestión pesquera, el “factor humano” siempre es el más difícil de manejar, ya que es el que tiene capacidad de no hacer lo que debería hacerse. Un conflicto de intereses clásico, que estamos desarrollando a lo largo de estas páginas, es el que se da entre “conservacionistas” y “utilitarios” a ultranza, con sus categorías intermedias. Si razonamos un poco en base a todo lo expresado hasta acá podemos considerar que no todas las introducciones tienen irremediablemente efectos catastróficos para el ambiente o que no todas las siembras son inútiles, pero que esto no habilita a “probar a ver qué pasa”, sino que deben estar justificadas en base a lo que se sabe y de las posibles consecuencias de esta acción. Además, no todas las personas tienen las mismas expectativas o percepciones sobre lo que significa un ambiente sano y en buen estado porque no tiene todas las herramientas o conocimientos, punto sobre el cual se debe trabajar para acercar posiciones o, al menos, para desactivar iniciativas individuales (desde las siembras o introducciones furtivas a las discusiones estériles, porque la posición ya está tomada de antes). De todas formas, “la ley no es de aplicación opcional” y debe respetarse la normativa vigente respecto de siembras e introducciones.
Por ello, y porque todo problema ambiental es en sí complejo y requiere, para entenderlo y reducirlo o revertirlo, generar información, difundirla, educar y generar cambios culturales, que son lentos pero que vale la pena promover. Necesitamos pescadores, investigadores, acuaristas y funcionarios responsables que sean aliados de la conservación, pero respetando además otras visiones y objetivos, como el que tienen los pescadores. Y los pescadores, acuaristas, guías y otras yerbas respetando además otras visiones y objetivos, como el que tienen los conservacionistas, digamos. Si no, saquemos las vacas y comamos asado de corzuela capturadas en su medio natural restaurado, ocupado hoy por ciudades, campos de soja y caminos. Eso es ridículamente imposible…
La principal herramienta para lograr un equilibrio es brindar información y concientizar a estos actores para que ellos mismos se involucren y promuevan activamente la conservación de nuestros ecosistemas más allá de su actividad particular. La solución por supuesto es lograr una sociedad consciente de esto, y que pueda ejercer una presión real sobre quienes pretenden anteponer intereses sectoriales sobre el interés común de conservar el patrimonio natural. El problema es que el patrimonio natural que modifican no pertenece solamente a esas personas que se benefician con determinada actividad (pesca, acuicultura, urbanización en cuencas de cabecera, usos de la tierra que producen alto impacto sobre los distintos componentes del ecosistema), sino que es de toda la sociedad. Entonces cabe preguntarse si acaso un grupo reducido de personas puede permitirse dañar el ecosistema de un río de las Yungas, por ejemplo, y poner en peligro de extinción a sus especies para poder llevar adelante una actividad recreativa o generar recursos. Véase la complejidad del problema y las decisiones a tomar: ¿tiene prioridad la conservación o la creación de fuentes de trabajo? (o al menos la creación de movimiento económico dado por los visitantes). ¿Hay alternativas a la siembra de peces para crear esa mejora en la calidad de vida de algunos vecinos?. Esa respuesta requiere un muy profundo análisis, que no debe quedar en manos de un único funcionario (que estará apremiado por resolver un problema en el tiempo que dura su gestión o querrá reducir las presiones de las “fuerzas vivas” que lo han votado) o ecólogo (que realizará el estudio de impacto ambiental), mucho menos en manos de un grupo de interesados que ya tienen un “resultado puesto”. La decisión debe tomarse entre todos y considerando principalmente lo que dice la normativa vigente, aunque a veces hay situaciones no incluidas en la misma o se pueden generar interpretaciones ambiguas que deslizan las decisiones a terrenos peligrosos. Y ante la duda, siempre será mejor la solución más “parsimoniosa” (como dicen los ecólogos, más conservadora diría un amigo del barrio), es decir la que no cambie la situación original.
Otra recomendación es analizar cada situación en particular, por ejemplo, en el NEA existen excelentes especies nativas para la pesca deportiva como el dorado y el surubí. No parece una buena alternativa el permitir que un grupo de personas con sus acciones ponga en peligro nuestras especies nativas ya sea por ignorancia o desidia, trayendo por ejemplo, al black bass... Es importante que todos tomemos conciencia de esta problemática y colaboremos activamente en que otras personas las conozcan y podamos actuar en consecuencia.